I

Partiré del supuesto, que evidentemente puede ser controvertido, de que todo conocimiento histórico debe enfocarse en la resolución de problemas. Habrá autores, profesores y estudiantes que encontrarán qué en el acto de conocer yace una actividad muy especial del sujeto, y elevarán la condición epistemológica de su existencia sobre el resto de sus labores. Por lo tanto, estos mismos estudiantes y profesores observarán que el conocimiento encontrará su fin en sí mismo y se llegará al punto de investigar por el simple hecho de investigar. Algunos son más trascendentales y dicen que investigan por “conocer la verdad”, pero como la verdad nunca abre cuando se le toca a la puerta, se quedan en la misma tesis cíclica de justificar en sí misma esta forma de entender el mundo.

Intentar conocer a Dios perdió su sentido en el tránsito del mundo moderno al mundo contemporáneo, y la filosofía lo declaró una entidad tan abstracta que está fuera de nuestra limitada experiencia humana. Y así como se dejó de buscar a Dios, la verdad sufrió el mismo castigo. En algún momento de la historia del pensamiento eurocéntrico se aceptó de forma más o menos general que la verdad también era imposible de alcanzar. Mientras que unos siguieron luchando por ese sueño quimérico, otros se despertaron de la alucinación a la que el universo académico los había sumido. Estos últimos científicos sociales y filósofos empezaron a buscar una justificación para su trabajo en otros campos más allá de la academia.

El mundo contemporáneo comenzó a ver diferentes soluciones, desde perspectivas solipsistas que sólo buscaban en el acto de investigar una compensación hedonista al gigantesco ego propio de los investigadores, hasta aquellas salidas que equiparan el escribir libros a redactar folletos del partido comunista. Entre estas dos posiciones radicales estuvieron algunos académicos que bajaron a la epistemología de ese podio y la pusieron a interactuar con otras esferas de la vida, la política, la estética, la comedia, y demás. Bajarla de ese podio significó caracterizarla como una forma más en la que el hombre interactúa con el mundo en que le tocó vivir. Llamen a esta perspectiva existencialista, vitalista, mundana o cualquier otro apelativo pretencioso, pero esta redefinición implicó que, si la epistemología era una herramienta para vivir, sus objetivos y limitaciones estaban dentro de los mismos objetivos de la vida. Limitándome a una definición genérica, el más importante objetivo de la vida, en mi opinión, es luchar contra aquellas cosas que le impiden a ella misma desarrollarse a cabalidad. A estos obstáculos los llamaremos “problemas”.

II

Si definimos que un problema es lo que impide a la vida desarrollarse, ¿qué es la vida? La respuesta a esta pregunta no debe ser una estática definición, sino una exposición que pueda captar la fluidez de este proceso en el que estamos zampados. Nuestras vidas trascurren en un eterno presente que condensa un pasado (la memoria) y un futuro (las esperanzas). Por lo tanto, si no nos preguntamos por nuestro presente social, no nos estamos haciendo ninguna pregunta importante para la vida. La historia en este caso se pregunta sobre uno de los aspectos de ese presente: el pasado.

Además, nuestras vidas trascurren en un mundo, un espacio localizado de interacciones, que a su vez condensa las dinámicas globales, regionales, nacionales y locales. Ya entendiendo donde transcurre la vida, podemos preguntarnos más fácilmente cómo cuestionar sus problemas.

Investigar es, por lo tanto, una forma, entre otras, en las que el hombre resuelve problemas e intenta vivir un poco mejor. ¿Y qué problemas son los que deben trabajar estas pesquisas? Enfáticamente, ¿la investigación histórica, por ejemplo? Sería un despropósito quedarnos con la tesis general de que hay que investigar todo aquello que queramos modificar por no considerarlo idóneo para la vida, aunque esto sea verdad, su vaguedad nos impide tener una perspectiva clara de cómo investigar estos problemas. En respuesta, pasemos a una pequeña taxonomía de los tipos de problemas, y los tipos de investigación que deberían llevarse a cabo. A partir de dos distinciones, una temporal y otra espacial.

III

La primera distinción puede formularse en términos temporales, y dentro de ella hay dos tipos de temporalidad: 1) Esos problemas que surgen en el albor de un instante fugaz pero altamente cargado de significado, a los que llamaremos coyunturales. 2) Esos problemas que, como tortugas, se desarrollan tan lentamente que apenas son perceptibles para nuestras insignificantes y cortas vidas, y actúan como hilos conductores de la historia, conociéndoseles como de larga duración..

Es común que los historiadores se desencanten por la larga duración por tener cierta trascendencia inmanente en su ser (o no ser). No quiero que se me malinterprete, pues evidentemente los instantes están dentro de esa gran estructura que es condición necesaria y suficiente de los acontecimientos. Pero, como se ha dicho que el criterio no debe ser epistemológico sino otro, esta primacía aunque verdadera, resulta insuficiente para respondernos a la pregunta: ¿en términos temporales qué investigar? Mi respuesta es tan diplomática como esquiva e insipiente: en las dos cosas vale la pena trabajar. Vivimos en un mundo de tradiciones que condicionan de forma inevitable nuestra vida cotidiana, y esas tradiciones son por excelencia procesos de larga duración.

En cierta ocasión le escuché a un profesor que los problemas de la humanidad podían resumirse históricamente en tres: el racismo, el clasismo, y el machismo, y aunque tenga razón en su generalidad, estos problemas no se quedan sólo como entidades conceptuales abstractas, sino que se expresan en el día a día en lo concreto de la existencia. La estructura sólo es palpable en eventos específicos con los que podemos tener mayor cercanía. Además, hay momentos en que el cambio no se da en los tiempos paquidérmicos de la larga duración, sino en instantes inciertos que desafían la estructura establecida. Para entender cómo nuestro presente se ha configurado es necesario ver ambas velocidades del cambio histórico.

Pero sí hay que dejar de lado los problemas universales que trascienden a todo tiempo, porque dicha especie de problemas no se han encontrado todavía; bueno, quizá algún fanático de la filosofía europea haya creído identificar uno, porque cree que los problemas de ese continente son los mismos de, por ejemplo, América Latina. Pero pensar en estos términos sólo es explicable si el dicho investigador nunca ha salido de los muros de la universidad y, por lo tanto, cree que todo el mundo es igual fuera y dentro de ésta.

IV

Dejando de lado la diferencia temporal, también podemos identificar que los problemas tienen un alcance geográfico que los determina. Hay que ir contra aquellos que juran que el cosmos puede condensarse en los grandes centros geográfico-políticos de la alta cultura, porque estos son a su vez los centros de opresión a demás pueblos, y pueden llevar a negar la historia de los oprimidos. Los problemas de la gente de los imperios, los que su filosofía e historiografía trabajan, son con toda la fuerza de la palabra, suyos. Lo que su academia prioriza es propio de las preocupaciones existenciales de su universo, y eso está bien, pero que importe a los Andes suramericanos tanta discusión sobre modos de producción, relaciones de poder, lógica, o cualquier otro concepto localizado, es un despropósito. ¿Por qué? Porque el mundo, el continente, en que nos tocó nacer está cargado de cosmogonías ricas y modos interesantes de resolver los problemas, y a su vez, los problemas de este mundo nos son más pertinentes porque con ellos tenemos una experiencia más cercana y vital. Le propongo que camine por la calle, allí encontrará rápidamente varios problemas que quizá nunca aparecerán en CNN.

Hay un gesto imposible de negar, y es que a pesar de que podemos atomizar tanto el espacio como para advertir que cada ser humano tiene su propio mundo de preocupaciones y problemas, como habitantes del planeta tierra, tenemos un universo en común (un sistema que nos une). Hay problemas que nos competen a todos como unidad, y esos son los únicos que pueden pensarse en un contexto global, el ejemplo más claro al momento es todo lo relacionado con los temas ambientales u otras dinámicas planetarias.

Nuevamente, a esta otra falsa dicotomía (la primera entre problemas coyunturales y problemas estructurales, la segunda de problemas locales y globales) hay que dar una solución de término medio, un tanto tibia. Ambos nos competen y en el fondo, ambos son dignos de ser investigados, siempre y cuando nos hablen de cosas que impiden el buen desarrollo de nuestra vida en sociedad.

V

No sé cuáles sean los problemas existenciales que agobian a cada ser del planeta tierra, supongo que cada uno es un poco diferente a los demás. Sólo intenté decir dónde es que podemos encontrar aquello que limita la vida. Será tarea de cada uno ver cuáles son los problemas que le urge resolver, la academia y el conocimiento histórico son apenas recursos sacados de una caja de herramientas que nos ayudarán a construir, cual albañiles, el mundo que queremos. Para mí, es importante entender que la investigación, como herramienta teórica, está supeditada al Buen Vivir o Suma Qamaña1; es decir, encontrar el equilibro del individuo con el mundo en donde fue zampado y en el que le tocó vivir (convivir).

Sin embargo, hay que dejar claro que la investigación no es la única, y quizá tampoco la mejor de las herramientas, incluso dudo que sea la fundamental. Hay más acciones (aparte de investigar) que podemos realizar y que pueden cumplir con nuestros propósitos juveniles e ingenuos de hacer una sociedad más justa. Hay una falsa diferencia entre escribir historia y hacer historia. En algunos casos se cumple tal diferenciación: por ejemplo, en quienes escriben artículos cual producto de línea de montaje. Pero hay otros casos donde se ve que escribir historia y hacer historia no es tan diferente: por ejemplo, en quienes escriben para ser los que transforman el mundo. Puede que este sea un sueño tan ingenuo como el de aquellos que buscaban la verdad última, pero para mí esta propuesta es más bella.

FECHA DE ACEPTACIÓN: 25 de Junio de 2016

  1. En Aymara Suma Qamaña significa Vivir Bien, término equivalente al Quichua Suma Kawsay, o en guaraní el término Teko Porâ. Estas filosofías apuntan a que el hombre debe estar en equilibro con la naturaleza y en armonía con la sociedad, basados en los principios de reciprocidad, complementariedad, y correspondencia. El proyecto del Suma Qamaña, como una epistemología paralela a la moderna y contraria, se opone al modo de vida extractivista-capitalista, que piensa en ganancia antes que en otras cosas.