En estas semanas muchos de mis estudiantes y colegas nos hemos puesto en la tarea de preguntarnos cómo podemos los historiadores ayudar a comprender el acuerdo de paz y la refrendación del mismo el próximo 2 de octubre. Como historiadora especializada en el siglo XIX la respuesta parece, al menos a primera vista, ser poco sencilla. El mayor impedimento es la percepción misma que tenemos del siglo XIX colombiano. Se ha visto como un siglo de desorden político, de guerras civiles y de luchas partidistas. No voy a negar que estos fueron procesos que estuvieron presentes desde nuestra independencia hasta bien entrado el siglo XX. Creo, sin embargo, que una mirada diferente a este período de la historia puede ayudarnos a darnos cuenta de que las preguntas que hoy nos hacemos sobre el futuro de nuestro país no son tan lejanas a las que tuvieron que hacerse letrados, artesanos, campesinos e indígenas desde la segunda década del siglo XIX.

Sin duda una de las preguntas más importantes del siglo XIX fue a quiénes estamos dispuestos a considerar como ciudadanos. La discusión sobre que tan incluyente (para utilizar términos contemporáneos) debe ser la nación rondó los pasillos del Congreso, los debates en las tertulias, la plaza pública y los talleres de los artesanos. El siglo XIX fue un siglo en el que la ciudadanía fue debatida y negociada por pardos y negros libres en el suroccidente colombiano, por artesanos en la capital y por jóvenes liberales en el nororiente del país. Fue un siglo en que los colombianos se preguntaron constantemente sobre quiénes debían formar parte de la nación y cómo se debía construir la misma. Es en este sentido en que los debates decimonónicos cobran mucha vigencia al momento de estudiar la coyuntura actual. ¿No estamos acaso frente a las mismas preguntas? ¿qué tipo de nación estamos dispuestos a construir? ¿quiénes deben ser considerados como ciudadanos? Y aún más importante ¿cómo debemos ejercer la ciudadanía?Es momento de que contemos nuestro pasado y vivamos nuestro presente dejando a un lado la búsqueda de extremos.

Hace poco Margarita Garrido, historiadora que respeto mucho, invitó a los estudiantes a buscar nuevas formas de narrar la historia de Colombia. Para ella la historia de nuestro país debe dejar de ser contada como la historia de la “nación fracasada” o la de la “nación soñada”1. Como historiadora y como ciudadana creo que debemos aceptar su reto. Es momento de que contemos nuestro pasado y vivamos nuestro presente dejando a un lado la búsqueda de extremos. Si algo nos ha enseñado la historia como disciplina en los últimos años es que no existe una única versión, ni única verdad del acontecer histórico. Debemos aceptar esta diversidad. Ya no se trata de “darle voz” al otro, sino de estar dispuesto a escucharlo y a entenderlo.

Es por ello que ante la pregunta ¿cómo podemos los historiadores ayudar a comprender el acuerdo de paz? creo que mi respuesta sería: a través de más preguntas. Ya sea invitando a las personas a preguntarse sobre el alcance de la ciudadanía – como lo hicieron los colombianos del siglo XIX –  o sobre la importancia de dar espacio a múltiples voces en la historia de un país cuyo conflicto se explica, en gran parte, como la causa del silenciamiento, intencional o accidental, de las mismas.

  1. Eduardo Posada Carbó, La nación soñada: violencia, liberalismo y democracia en Colombia., Book, Colección vitral (Bogotá: Grupo Editorial Norma, 2006); Alfonso Múnera Cavadia, El fracaso de la nación: región, clase y raza en el Caribe colombiano, 1717-1821., Book (Bogotá: Planeta, 2008).