El término flâneur surgió en Francia en el siglo XVI, para hacer referencia a aquel que pasea o caminar sin rumbo, perdiendo el tiempo. Fue solamente hasta el siglo XIX cuando este término tuvo mayor acogida literaria gracias a su definición en el diccionario Larousse de la época. Algunos pensadores como Charles Baudelaire y Walter Benjamin incluyeron al flâneur en su obra, porque de esta manera podían retratar la esencial figura del moderno paseador urbano dedicado a investigar sobre la ciudad en la que vive y sobre las personas que la habitan. En su libro El pintor de la vida moderna de 1863, Baudelaire describió al flâneur como “el amante de la vida universal [que] penetra en la multitud como un inmenso cúmulo de energía eléctrica”. Para el flâneur, o callejero, “la multitud es su elemento, como el aire para los pájaros y el agua para los peces. Su pasión y profesión le llevan a hacerse una sola carne con la multitud”. El paseador es “un príncipe que vaya donde vaya se regocija en su anonimato”1. La particularidad que encarna el flâneur es su capacidad de vivir la experiencia urbana al máximo: el flâneur no solo pasea por las calles sin un rumbo definido, sino que observa, descubre, vive y entiende todo lo que acontece en su ciudad. El flâneur no es alguien ajeno al ambiente en el que vive; por el contrario, esta persona hace parte de su ciudad porque entiende las dinámicas que la estructuran y conoce la vida cotidiana de sus ciudadanos.
Algunos pensadores como Charles Baudelaire y Walter Benjamin incluyeron al flâneur en su obra, porque de esta manera podían retratar la esencial figura del moderno paseador urbano dedicado a investigar sobre la ciudad en la que vive y sobre las personas que la habitan.En una ciudad como Bogotá es muy difícil proponerse llevar el “estilo de vida” del flâneur, ya que la inseguridad, por un lado, los problemas de movilidad, y las múltiples razones personales, como la escasez de tiempo y los gustos particulares, impiden que practiquemos este estilo de vida, o nos lleva a pensar que adoptarlo nos parezca una pésima idea. En cierta medida, todo lo anterior hace que buena parte de los bogotanos no se atreva a conocer su ciudad y a vivirla. Es bastante desalentador saber que se sabe muy poco sobre el lugar en el que se vive. La familiaridad con la ciudad, por lo menos en mi caso, se reduce a la ruta que tomo de mi casa a la universidad, los alrededores de mi residencia, las calles y rutas que más transito, los sitios que frecuento con amigos y familia y uno que otro museo o exposición que visito por interés propio. Todo lo demás son calles, avenidas y barrios completamente desconocidos para mí. Sé que no soy la única en esta situación, aunque también reconozco que este no es el caso de muchos, pues algunos se esmeran en conocer al máximo el lugar donde viven, y esto lo logran adentrándose en las múltiples dinámicas culturales de la ciudad: frecuentando museos, ferias, exposiciones o salas de cine, y participando en diversas actividades ofrecidas pública y privadamente. Aún así, me atrevo a decir que el desconocimiento de los bogotanos de su Bogotá es profundo: no se conoce la historia de la ciudad, tal vez porque no se enseña, pero principalmente porque el interés por conocer y adentrarse en lo diferente y desconocido no pareciera ser estimulado.
Me atrevo a decir que el desconocimiento de los bogotanos de su Bogotá es profundo: no se conoce la historia de la ciudad.Este desconocimiento generalizado ha contribuido a que la cultura ciudadana, en un amplio sentido, sea cada vez menor en Bogotá. La cultura ciudadana no consiste solamente en seguir las normas de la comunidad para asegurar el mejor ambiente posible, aquel en que todo ciudadano es igualmente respetado y tomado en cuenta. La cultura ciudadana se basa en una serie de valores, civiles y morales, que se inculcan socialmente, tanto a nivel familiar como a nivel colectivo, y en la importancia que se le da a manifestaciones políticas, sociales y artísticas. Los valores no son solo el respeto hacia los demás, la honestidad a la hora de tomar cualquier acción o decisión, o la responsabilidad que implica ocupar un cargo en el que se ejerce poder, por mencionar solo algunos. Tampoco se limitan a la buena educación o la sana convivencia con los demás. Por el contrario, los valores son todas las actitudes que consciente o inconscientemente se transmiten de generación en generación. En el caso colombiano, los valores infundidos en la sociedad se basan ampliamente en la religión católica, pues desde la imposición religiosa que se dio en la época colonial, el pueblo colombiano fue sometido a estructurar su vida alrededor de esta fe, y con los años la ha interiorizado como propia. Empero, más allá del factor religioso que indiscutiblemente influye en la formación de los valores de la sociedad y en los tipos de relaciones que construimos con los demás, lo importante no es el valor en sí sino lo que este nos hace valorar, creer importante o sentir que es fundamental a la hora de cultivar la cultura ciudadana.
La cultura ciudadana no puede reducirse a clasificar actitudes, gustos y modos de vivir como buenos o malos, porque, al fin de cuentas, estos juicios son algo totalmente subjetivo. Tampoco se puede considerar que hay cultura ciudadana donde simplemente se siguen las normas de tránsito, se respetan las filas y se perciben buenos modales en los ciudadanos. Algo principal dentro de la cultura ciudadana es la apreciación y valoración de las diferencias y de la diversidad, de todas las manifestaciones artísticas, políticas y sociales que demuestran la riqueza y pluralidad cultural, aspectos determinantes a la hora de entender las dinámicas sociales que estructuran el lugar en el que se vive. Lo interesante del flâneur es que entre más conoce y aprende sobre lo que sucede en su ciudad, menos propenso está a generar juicios de valor indebidos, ligados al desconocimiento que puede tener sobre estos aspectos culturales. Al recorrer las calles, salir de caminata ecológica, visitar museos, exposiciones y ferias, asistir a conciertos y festivales u observar la manera en que los demás viven su día a día, es posible enriquecerse cultural y personalmente.
Lo interesante del flâneur es que entre más conoce y aprende sobre lo que sucede en su ciudad, menos propenso está a generar juicios de valor indebidos, ligados al desconocimiento que puede tener sobre estos aspectos culturales. La agenda cultural que ofrece Bogotá es muy amplia, y pocos se percatan de esto. Actualmente es posible asistir a cinco Festivales al Parque durante el año (Rock, Salsa, Jazz, Colombia y Hip Hop), visitar más de 35 museos de manera gratuita el último domingo de cada mes2, recorrer el Jardín Botánico, el Parque Simón Bolívar, frecuentar espacios de trueque de libros, salir de caminata por los Cerros orientales, pasearse por la plaza de mercado de Paloquemao y, claro, caminar libremente por las calles, todo esto sin ningún costo. Adicionalmente, hay una amplia variedad de actividades recreativas como festivales de música como el Estéreo Picnic o Rock al Parque, conciertos de grandes artistas como los Rolling Stones, transmisiones que Cinecolombia hace de la Metropolitan Opera de Nueva York o presentaciones de ballet internacional en el Teatro Mayor. Conocer la ciudad por medio de su oferta cultural es quizás la forma más sensata y enriquecedora de hacerlo, pues la expresión cultural es el máximo grado de expresión personal y colectiva, ya que demuestra los gustos personales de los individuos y las tradiciones arraigadas a lo largo de los años. Conociendo las diferentes dimensiones de una misma sociedad es como se puede conocer la sociedad en su totalidad, y es así como se llega a entender por qué esta se estructura y opera tal como lo hace.
Creo que el estilo flâneur es una alternativa para aquellos que quieren conocer el lugar donde viven, pero que no saben cómo hacerlo. Independientemente del lugar que se habita, caminar por las calles tratando de entender los diferentes estilos de vida de quienes componen la sociedad de la que uno hace parte es el primer paso para realmente conocer y adentrarse en la vida de la ciudad. Es indiscutible que el componente individual y subjetivo es primordial a la hora de hablar de historia urbana, pues el sentido de comunidad se construye a partir de las vivencias personales y de las convergencias que existen entre estas. Por esto, comprender las dinámicas diarias es fundamental para dar cuenta de la historia de un lugar que se percibe como propio. Más allá de lo callejero del flâneur, la experimentación y el conocimiento de la oferta cultural de la ciudad son elementos clave para entender más a fondo la configuración ciudadana. Entender el ambiente en el que vivimos nos permite conocernos a nosotros mismos y marcar nuestro espacio dentro de la comunidad. Nuestra responsabilidad como ciudadanos es, entonces, familiarizarnos con nuestra historia, conocer nuestra ciudad y participar en las expresiones culturales que nos rodean.
FECHA DE ACEPTACIÓN: 19 de agosto de 2016.