¿Por qué la historia?’ ‘¿Para qué la historia?’ ‘¿Para qué los historiadores?’ La persona que en algún momento de su vida decide iniciar el largo camino de preparación que lo llevará a aprender el oficio del historiador se enfrenta  eventualmente a dichas preguntas. La respuesta inicial – el lugar común – surge sin mucha dificultad: la historia es relevante para el presente. ¡Y claro que lo es! Pero… ¿qué exactamente quiere decir aquello? ¿Qué implicaciones tiene considerar la historia, como oficio y como conocimiento, relevante para el mundo actual? La respuesta que damos a esta cuestión señala los lineamientos de los que parte este proyecto que hemos bautizado Menocchio.

Compartimos la convicción de tantos otros historiadores de que la historia es una herramienta imprescindible para comprender nuestra sociedad y nuestro presente. Nuestro mundo actual ha sido construido, y sigue siendo construido, a través de una multiplicidad y variedad de procesos que vienen de décadas, siglos o milenios atrás. Sin embargo, esta relevancia que le adjudicamos a la historia no puede ser un simple recurso retórico que ofrezca a los historiadores una justificación cómoda a la realización de cualquier actividad en nombre de la historia. ¡Todo lo contrario! El reconocimiento de que la historia importa, de que la historia es necesaria para alcanzar una comprensión razonable de nuestra sociedad, no nos debe servir como refugio alguno, sino enfrentarnos a los retos que conlleva nuestro oficio.

Esta relevancia que le adjudicamos a la historia no puede ser un simple recurso retórico que ofrezca a los historiadores una justificación cómoda a la realización de cualquier actividad en nombre de la historia.En primer lugar, nos pone de frente a la consideración de que no todo acercamiento al pasado es un acercamiento histórico. Claro está: no pretendemos monopolio alguno sobre el pasado; sería un reclamo absurdo e injusto pretender que solo los historiadores tienen derecho a reflexionar sobre nuestro devenir en el tiempo, sobre lo que ha sido y sigue siendo. Toda persona tiene la potestad de preguntarse sobre el pasado, reflexionar sobre el cambio y alimentar un recuerdo y una memoria. Toda persona recuerda e imagina un antes, y construye relatos e imágenes a partir de ello. Y esos recuerdos, relatos e imágenes son importantes y valiosos, y enriquecen nuestras visiones del pasado y del presente. Haría mal un historiador en ignorar estas inquietudes y reclamos presentes en la sociedad, en cerrarse a un diálogo con la memoria y con lo que tienen para decir sobre el pasado otras artes y saberes. Pero de igual manera, haríamos mal en desconocer que la historia no es un nombre que apode libremente a cualquier mirada retrospectiva, sino un oficio caracterizado por un tipo particular de aproximación al pasado.

Así, esta historia no es un ente etéreo y vacuo, sino un oficio que tiene su propia historia y sus propias características. Un oficio que ha sido desarrollado en las prácticas, discusiones y enseñanzas de una comunidad de historiadores. Y un oficio que nos exige un acercamiento crítico y riguroso en torno al pasado. Trabajamos bajo el supuesto de que sobre el pasado se pueden decir muchas cosas; pero no cualquier cosa. Estudiamos porque creemos que decir algo sobre el pasado requiere de trabajo y experiencia; de un análisis cuidadoso de fuentes primarias y secundarias, y de una comprensión razonable de las problemáticas que han dominado las discusiones dentro de la disciplina.

El aprendizaje del oficio de la historia nos exige ser partícipes de una comunidad académica. Y ser partícipes implica conocernos y reconocernos como comunidad, superar el ostracismo del trabajo individual y promover el intercambio y el debate. No obstante, vemos con preocupación que, más allá de las revistas académicas, en nuestro país hay una escasez de espacios para la discusión en torno a la historia, escasez que ha contribuido algunas veces a una excesiva especialización, a un desconocimiento de lo que trabajan otros historiadores, y a una falta de integración entre las iniciativas y preocupaciones de los estudiantes y profesionales de historia.

El aprendizaje del oficio de la historia nos exige ser partícipes de una comunidad académica.Paradójicamente, los mecanismos institucionales creados supuestamente para incentivar la investigación y el intercambio académicos terminan muchas veces teniendo un efecto totalmente contrario. El fetichismo de los papers como requisito institucional a quienes pretenden dedicarse a la academia ha contribuido casi siempre a empobrecer nuestras discusiones. En especial, la imposición del inglés, y la necesidad de validarse a partir de los conceptos predominantes en la academia estadounidense ha llevado al desconocimiento de una larga y rica historia de aportes latinoamericanos a la historiografía y las Ciencias Sociales.

Ante este panorama, se hace evidente la necesidad de fortalecernos como comunidad para enriquecer nuestros debates. Así, esperamos que la Revista Menocchio sea uno de muchos espacios que contribuyan y estimulen el intercambio y la discusión alrededor de la historia de todos aquellos interesados, desde el primíparo que acaba de iniciar su formación de pregrado, hasta el profesional que ha terminado el doctorado.  Tenemos confianza en que el estímulo a la discusión nos hará mejores estudiantes, mejores profesores, y mejores investigadores.

Pero, claro está, la historia no solo existe para discutirse entre pares. Sí, rechazamos la visión populista según la cual todos los historiadores deberían dejar atrás los libros y el archivo para dedicarse a la militancia partidista. Sin embargo, tampoco creemos que el campo de ejercicio del historiador se deba limitar a la academia. La investigación rigurosa y la transmisión del oficio a nuevos historiadores son el núcleo imprescindible de la historia; pero no son lo único. Decir que la historia es relevante para el presente, que ayuda a comprender el presente, implica que el conocimiento histórico que produce la academia no tiene por qué quedarse en ella.

Por eso, en Menocchio nos gustaría estimular la difusión del conocimiento histórico y la participación de historiadores en el debate público. Por un lado, es necesario fortalecer los vínculos con el público inmediato de personas a quienes interesa (o debería interesar) la historia: maestros, sociólogos, antropólogos, etc. El diálogo serio con otras disciplinas enriquece a parte y parte.  Por otro lado, no podemos renunciar a la aspiración de difundir la historia a públicos más amplios. Es cierto que esta divulgación implica grandes retos de comunicación: hacer el conocimiento atractivo sin volverlo banal; hacerlo comprensible sin excederse en reduccionismos. Sería iluso aspirar a difundir el conocimiento en el mismo lenguaje y detalle que se maneja en la academia, pero sí podemos, desde la historia, aportar al desarrollo de un pensamiento crítico en el público general.

Para empezar, podemos contrarrestar el cortoplacismo que domina los debates públicos y las preocupaciones generales. Ante la inmediatez del mundo contemporáneo en el que se buscan respuestas rápidas y resultados expeditos, la historia permite comprender que los problemas tienen orígenes que van más allá del periodo presidencial, implicaciones que superan lo que se puede explicar en un programa matinal de radio o un noticiero de la noche, y ramificaciones de largo plazo imperceptibles a los ojos reporteros que buscan una chiva periodística.

Abandonado el cortoplacismo, podemos mostrar un mundo en constante cambio. Podemos transmitir la idea de que lo que ahora parece evidente, no siempre lo ha sido; que la existencia social del ser humano se ha materializado y expresado de formas radicalmente distintas a lo largo del tiempo; que los órdenes y las categorías que hoy parecen tan estables, tan naturales y tan inevitables son mucho más jóvenes que lo que comúnmente se cree. Y habiendo mostrado un mundo en transformación, queda desacreditado el argumento facilista de que todo debe seguir como está ‘porque siempre ha estado así’. La historia nos obliga necesariamente a subir el nivel del debate.

Y mostrando que estos cambios no se han dado de forma lineal, desmontando el mito recurrente del progreso, dejamos de ser condescendientes con quienes nos precedieron. Abandonando una fe ciega en que la tecnología y la ciencia nos llevan a un porvenir necesariamente bueno, en que el simple devenir del tiempo nos llevará a un mejor lugar, la historia nos pone de cara al reto de trabajar activamente en la construcción de un mejor presente y un mejor futuro.

De igual forma, el pasado siempre será un otro que nos enfrenta a nosotros mismos, que nos hace más críticos de nuestra realidad actual. Y el otro del pasado, a quien aprendemos a entender en su propio contexto, nos enseña a abandonar cualquier narrativa de héroes y villanos, malos y buenos, y nos invita a comprender a nuestros otros contemporáneos y respetar la diferencia. Y surge así la que es quizá la mayor contribución que desde la historia podemos aportar a la sociedad: la visión matizada que nos permite entender que el mundo no es blanco o negro, sino un cosmos de todos los colores, imposible de reducir a una sola narrativa, un modelo matemático, o una teoría del todo.

Y surge así la que es quizá la mayor contribución que desde la historia podemos aportar a la sociedad: la visión matizada que nos permite entender que el mundo no es blanco o negro, sino un cosmos de todos los colores.Tenemos mucho para contribuir desde la historia y sería irresponsable retirarnos a los archivos y dejarle el debate público a políticos y pastores, abogados y economistas. Igualmente irresponsable sería retirarnos de los archivos y abandonar el rigor del oficio de investigación. Tenemos que entrar al diálogo; en las universidades y los colegios, en las aulas y las calles, en las revistas académicas y en los periódicos de circulación nacional. Por eso esta revista se proyecta como un medio que promueve, desde su postura editorial, la discusión y la crítica. No seremos partidistas ni sectarios, pero tampoco pretendemos ser neutrales. Estamos comprometidos contra el reduccionismo y la injusticia. Seremos un espacio de acuerdos y desacuerdos. Sentaremos, desde este espacio editorial, nuestras posturas frente a los problemas que aquejan a la sociedad y a la disciplina, y esperamos recibir de vuelta los argumentos y críticas de nuestros lectores. Con la limitada experiencia y los recursos finitos de una publicación estudiantil, queremos, humildemente, servir de espacio para estimular la discusión y divulgación de la historia, y la contribución de esta a nuestra sociedad. Queremos ser un medio en el que podamos intentar ser a la vez mejores en el rigor del oficio de la historia, y mejores comunicando y difundiendo el conocimiento que produce dicho oficio.