1. Lo inicial tiene que ver con la idea de rigor del conocimiento, como base de la defensa del conocimiento histórico y del conocimiento de la verdad de los procesos que ha vivido una sociedad.

Hay que insistir en que muchas de las personas que han padecido las consecuencias más terribles que han afectado a las víctimas, por ejemplo la persecución, la cárcel y el internamiento en campos de concentración, han insistido en que el rigor, el conocimiento bien fundado, son garantías de que el testimonio de las víctimas no se banalice y al final, luego de “folclorizarse” o hacerse parte de la industria del turismo –como amenaza ocurrir con el “Holocausto”–, pase al olvido. Quienes han estudiado con cuidado los trabajos que han dado lugar al “negacionismo” –es decir el intento de negar los campos de concentración y la brutalidad de la violencia nazi- y las discusiones que han rodeado tal fenómeno –que nunca obtuvo en nuestra historiografía el cuidado que merece-, han insistido en este punto, y han mostrado que una de las fuentes del “negacionismo” ha sido precisamente la mala investigación histórica, las exageraciones y la unilateralidad. Es por eso que un autor como Jean-François Forges, ha escrito, “La supervivencia de la memoria de los campos de concentración depende más que nunca del rigor de la historia que de estos se haga”1, lo que nos remite a una formulación muy vieja, y que muchos juzgarán ingenua, del ideal del trabajo del historiador, que encuentro vigente hoy más que nunca. Son palabra del filósofo Luciano de Samósata, que vivió hacia el siglo III después de Cristo:

Así debe ser el historiador: intrépido, incorruptible, libre, amigo de la libertad de expresión y de la verdad, resuelto… que no rinda tributo al odio ni a la amistad, ni omita nada por compasión, pudor o desagrado, que sea un juez ecuánime, benévolo con todos para no perjudicar a nadie más de lo debido, forastero en sus libros y apátrida, independiente, sin rey, sin que se ponga a calcular que opinará este o el otro, sino que diga las cosas que han ocurrido2.
 2. El segundo punto tiene que ver con la necesidad de comprender las limitaciones de la memoria, un punto que puede ser importante cuando por todas partes se ve alzarse un “el culto de la memoria”, posiblemente como respuesta al tradicional olvido de la memoria. Como escribe el arriba citado Jean-François Forges, quien ha dedicado mucho de su tiempo a la educación y a la pedagogía juvenil en medios escolares, para garantizar la continuidad de la memoria de Auschwitz, “Como todo documento histórico, los relatos de los testigos pueden ser sometidos al análisis crítico”3 (p. 63).

En este punto de la exaltación de la memoria y de su conversión inmediata en testimonio verdadero sin discusión, se olvida que han sido los testigos claves del proceso, quienes más han llamado la atención sobre la dificultad que plantea siempre la memoria y el testimonio de las víctimas. Como se sabe, pero como se olvida con frecuencia, en las páginas iniciales  de Los hundidos y los salvados, Primo Levi ha afirmado que “La memoria humana es un instrumento maravilloso, pero falaz”. Podemos citar el texto completo de Levi a este respecto:

La memoria humana es un instrumento maravilloso, pero falaz. Es una verdad sabida, y no sólo por los psicólogos sino por cualquiera que haya dedicado alguna atención al comportamiento de los que lo rodean, o a su propio comportamiento. Los recuerdos que en nosotros yacen no están grabados sobre piedra;  no sólo tienden a borrarse con los años sino que, con frecuencia, se modifican o incluso aumentan literalmente, incorporando extrañas facetas. Lo saben muy bien los magistrados: casi nunca ocurre que dos testigos presenciales de un hecho lo describan del mismo modo y con las mismas palabras, aunque el suceso sea reciente y ninguno de los dos tenga interés en deformarlo. Esta escasa fiabilidad de nuestros recuerdos se explicará de modo satisfactorio sólo cuando sepamos en qué lenguaje, con qué alfabeto están escritos, sobre qué materia, con qué pluma; hoy por hoy es una meta de la que estamos lejos4.
Hay que insistir así mismo que testimoniar sobre el acontecimiento vivido, no constituye a nadie de por sí en historiador, pues el testimonio de la víctima, como en el caso del valioso testimonio de Levi, también puede ser discutido. Se trata de dos estatutos diferentes, ninguno de los cuales hay que mirar con ventaja o con desprecio. Son maneras, formas diferentes de narrar y de articular la existencia propia con el acontecimiento. Jean Améry lo dijo de forma clara, cuando explicó la forma que abordó para hablar de su propio sufrimiento como víctima:
Pronto se impuso también el método. Si en las primeras líneas del ensayo sobre Auschwitz aún había juzgado posible permanecer en una actitud prudente y distanciada, y enfrentarme al lector con caballerosa objetividad, ahora me vía obligado a reconocer que se trataba simplemente de una imposibilidad. Allí donde el “yo” debería haberse evitado por completo, se ha comprobado como el único punto de partida útil. Me había propuesto un trabajo que entreverase ensayo y reflexión. El resultado fue una confesión personal interrumpida por meditaciones. Tampoco tardé en darme cuenta de que habría sido absurdo añadir un trabajo más a las muchas y en parte excelentes obras documentales ya consagradas al tema. Entrelazando el género de la confesión y el de la meditación logré investigar, o si se prefiere, describir la condición de la víctima5.

FECHA DE ACEPTACIÓN: 19 de Septiembre de 206.

  1. Jean-François Forges et al., Educar contra Auschwitz: historia y memoria, (Barcelona: Anthropos Editorial, 2006). p.19.
  2. Luciano de Samósata, Cómo debe escribirse la historia.
  3. Jean-François Forges et al., Educar contra Auschwitz…, p.63.
  4. Primo. Levi, Los hundidos y los salvados (Barcelona: El Aleph Editores, 2005).
  5. Jean Améry, Más allá de la culpa y la expiación : tentativas de superación de una víctima de la violencia (Valencia: Pre-textos, 2013).